LA INTERPRETACIÓN DE UNA
OBRA DE ARTE
Al
posarnos frente a una obra de arte nos preparamos para una experiencia
gratificante, ante nuestros ojos se dispone lo creado por el artista con sus
intenciones de concepto, técnica y temática. Obra de arte que nos invita a
leerla e interpretarla. Una acción a la que debemos estar preparados consiente
e intelectualmente. El artista ha
incluido en su obra todo un bagaje de experiencia y conocimiento, somete su
creación a los más variados conceptos e interpretaciones, así como los factores
de la critica; en ella está intrinco sus cualidades de artista: técnica,
composición, tendencia, temática, signos y símbolos. El espectador,
simplemente, hace usos de sus conocimientos sobre arte, une todos los conceptos
artísticos que posee y lee e interpreta la obra de arte que se dispone a su
vista. Así, este ejercicio se torna subjetivo, y puede diferir con el concepto
del artista que lo creó.
Álegoría de libertad. óleo. Carlos Osorio
Al
asistir a una exposición bien sea colectiva o individual, la obra se somete a
tres conceptos de interpretación, el primero es el general, emitido
especialmente por el galerista o ente expositor quien realiza una presentación
del artista, de las obras expuestas y de la intencionalidad de evento. En esta
parte, el público asistente se forma una idea concreta que lo ilustra sobre la
obra o el conjunto de obras que se disponen para su disfrute o interpretación.
El segundo factor es la presentación del artista; él, con sus argumentos,
expone a los asistentes la intencionalidad de su trabajo artístico, en esta
parte existe una compenetración de el artista con su público, quien se
familiariza con la personalidad y cualidades del creador, trayectoria, y en
muchas ocasiones se suscitan preguntas e intervenciones que aclaran tópicos
diferentes. El tercer factor es la contemplación de la obra, generalmente se
hace individual, cada persona recorre la sala y aprecia cada una de las obras según
su sensibilidad y conocimiento. Aquí se mide el grado de interés sobre la
exposición, momento que es aprovechado por el artista y el galerista para medir
el efecto y la causa de cada obra y de la colección en general, el tiempo en un
termómetro cabal, donde los espectadores manifiestan intuitivos el efecto
esperado. Casi sin premeditarlo, los espectadores se reúnen en pequeñas conversas,
se comparten conceptos y apreciaciones diferentes y el evento se transforma en
una tertulia familiar, los asistentes impregnan su ser de arte, el aire que se
respira vitaliza nuestro espíritu con luz, color y textura. Cambia nuestra
apreciación sobre el mundo y el entorno, valoramos el poder creativo del hombre
que a través del arte logra expresar lo que le dicta su espíritu, ratifica el
poder cultural que conlleva asistir a una exposición de arte, donde cada quien
se nutre de conocimiento, cultura y sentimiento.
El
complejo proceso creativo de una obra de arte implica un trabajo previo donde
se pone a prueba el talento del artista, sus cualidades técnicas, maestría,
personalidad y objetivos. Una obra de arte, apunta realmente a la
representación tangible de lo intangible; es un mundo inspirado en la
naturaleza, la poesía y el sentimiento, plasmado en diferentes materiales y
sobre los soportes más diversos. Es una obra humana que expresa simbólicamente un
aspecto de la realidad revestida de significados; un juego de la forma que
produce estética y transformación. Todo
converge en el símbolo y en el signo de la obra, su lenguaje. El término
símbolo aplica a una figura que, de acuerdo a la intención del autor, evoca una
idea o una realidad espiritual. El
término símbolo se refiere a la alegoría, al lenguaje o a la interpretación
conceptual. Identificar en una obra de arte estos dos conceptos implica un
conocimiento profundo sobre el artista y su obra, no es una norma estricta, la
obra está especialmente creada para el disfrute libre y espontáneo del
espectador; para una interpretación
personal; para motivar, conmover, ilustrar, inspirar, sensibilizar y aportar
conocimiento.
La
obra de arte no puede ser identificada solamente con el estado psíquico de su
autor, ni de los diferentes estados psíquicos suscitados por ella en los
sujetos receptores; la obra de arte está obligada a mediar entre su autor y la
colectividad. Inicialmente el artista pinta para sí, complace sus sentidos,
enaltece su alma y busca constantemente la musa inspiradora aportante a su obra;
después, la obra se desprende del artista materialmente, nunca espiritual; y se
enfrenta al mundo con todas sus cualidades, dedicada a hablar bien de su
creador.
Cuando
el arte se dedica a representar los fenómenos sociales como filosofía,
política, religión, economía; adquiere un valor documental que trata la
realidad sensible. El arte es capaz, más que cualquier otro fenómeno social, de
caracterizar y representar “la época”, por
esta razón la historia del arte se confunde con la historia de la cultura. Es comunicación evidente, referencia
histórica, documento, ilustración de un suceso; por tal motivo, las obras de
arte deben estar en las manos apropiadas de los poseedores que exaltarán sus
intenciones de la manera efectiva. La obra de arte finalmente llega a los
museos, a los críticos, a los marchantes
y a coleccionistas; se convierten en identidad colectiva, arte para las masas;
un bien común que le pertenece a la comunidad, arte para una sociedad dedicada
a su conservación, difusión, apropiación y participación en su historia e
identidad.