PEDRITO COME
TIERRA
Para don Pedrito Usme no existía tierra más hermosa en el paraíso que la
tierra suya, las verdes praderas resplandecían con luminosa fertilidad; allá,
en las laderas , los árboles con sus copos altivos buscaban la luz, los cardos
se adherían tranquilos en los gruesos troncos reverdecidos por un musgo fresco
y jugoso, las orquídeas invitaban a aspirar sus fragancias vertidas al aire con
libertad desmedida, los árboles frutales maduran sus frutos con dulzura, los
líquenes y helechos aportan al bosque la belleza de jardines fantasiosos y la
densa neblina se filtraba con translúcidas intenciones entre la hojarasca donde
la luz se proyectaba en ráfagas coberteras, y el agua en forma de cristales
centellantes se deslizaba entre las
suaves hojas del yarumo que caían en estrellas fugaces verticales.
dibujo a lápiz. Carlos Osorio |
Cascadas cantarinas buscaban su cause entre las piedras , palos y hojas ;
las ranas del bosque tomaban de su agua, los animales silvestres calmaban la
sed , pececillos de plata jugueteaban contra la corriente, la vida giraba en
torno al liquido vital , tan limpio y cristalino que parecía no estar, y el
aire diáfano, puro y azul se veía tan cerca que casi se podía tocar. Al pie del
gran bosque seguía la pradera , un valle fértil que don Pedrito cultivaba con
apego, el pasto crecía alto y fresco, y como un manto verde salpicado de aromas
estaba un gran cafetal con plataneras y yarumos como árboles de sombra . En
mitad de aquel valle discurría la quebrada Bonilla cundida de sabaletas, de
aves acuáticas, piedras de cuarzo y arenilla de cantos, rocas vivas que saltaba
n entre la espuma del agua que de prisa vertía su cause al pasmoso Rio Nare.
Cultivaba don Pedro además del café, frijol cargamanto, tomate chonto, cebolla
cabezona, maíz, naranja tanjelo, mango criollo, pera, ciruela, míspero,
aguacate, verduras, esperanza y felicidad.
Construyó don Pedro en el filo de un monte, su casa de tapia con teja de
barro, un gran patio cercado de guadua, jardines floridos de novios, azucenas,
cartuchos, astromelias, rosas y margaritas; las palmas de cera le dan al
paisaje un toque exótico, en un extremo un corral para aves. Era su casa un
palacio humilde para reinar. Al morir la tarde, siempre don Pedro divisaba sus
límites que se pintaban de dorado al atardecer, el cielo se encendía en colores
de fuego para luego extinguirse lento hasta llegar la oscuridad. Allí vivía con
su esposa Nora, nueve hijos, un perro de caza, una lora vieja y un gato montés.
Siempre en la mañana la guacharaca anunciaba que llegaba la hora de ir a labrar
y don Pedro , al despuntar el alba, hurgaba en su tierra para encontrar
bendiciones.
De
pronto se inundó aquel valle; bajo un mar de angustias quedó su vergel, el
bosque primario, el cultivo de plátano, el gran cafetal. Desapareció la
quebrada Bonilla, todos sus cultivos, se inundó su alegría, se ahogó la
esperanza, naufragó su paz. Cambió el paisaje de tonos verde vivo por un turbio
paisaje de infelicidad, ya no tenía la abundancia de otrora, ya la tierra no es
apta para cultivar, quedó una estéril franja que se erosionaba llevándose la
escaza fertilidad a la profundidad del gran lago.
Pasaron
los días, y don Pedro quiso hacer productiva la porción de tierra que no se
inundó, intentó germinarla con abonos y químicos, despejó el monte para buscar
más áreas que cultivar. Mató los yarumos, los guayacanes dorados, arrasó con
las palmas y así el paisaje se desoló. Los años siguieron y don Pedro se fue
sintiendo solo sin su esposa Nora que se durmió en lo eterno para nunca despertar,
algunos de sus hijos partieron al alba de un día cualquiera, buscaron horizonte
en una ciudad. Don Pedro en su soledad quiso viajar para encontrar en otros lares
su nuevo futuro, pudo más el apego a la tierra que la necesidad y quedó
esperando con firme anhelo de algún día las aguas se abrieran despejando su
valle , y desesperó. Sus fuerzas se fueron, se cubrió de níveos cabellos, la
piel se plegó, su espíritu perdió el brillo y el peso de la edad lo fue
llevando al acrísimo.
Un
día un visitante llegó a sus tierras y una franja le compró, construyó en ella
con hierro y cemento una mansión, y don Pedro pudo al fin tener dinero que
pronto dilapidó, así fue vendiendo su tierra por cuadras y en pocos años su
casa de tapia se rodeó de mansiones de veraneo majestuosas e imponentes,
palacios de extraños a los que don Pedro nunca tenía acceso.
Don
Pedro en el filo de un monte, al lado de su casa de tapia, rodeada de árboles
sin vida, mirando un horizonte que ya no le pertenece, está esperando a un
extranjero que le compre su predio para con ese dinero poder comer. Y al verse
sin tierra, se dirigió al gran lago, se hundió en sus aguas, se internó en su
valle, y allí se quedó.
Cuenta
la leyenda que en el fondo del lago está don Pedro come tierra arando y
sembrando, que si alguien se atreve a visitar las profundidades verá un gran
valle sembrado de cafetales, con grandes pinedas que le dan sombra, gigantescos
árboles que maduran sus frutos, platanales, yarumos, guayacanes floridos,
vistosos jardines, la quebrada Bonilla, aves y peces flotantes, luz, alegría y
paz.
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