jueves, 10 de octubre de 2013


PEDRITO COME TIERRA

Para don Pedrito Usme no existía tierra más hermosa en el paraíso que la tierra suya, las verdes praderas resplandecían con luminosa fertilidad; allá, en las laderas , los árboles con sus copos altivos buscaban la luz, los cardos se adherían tranquilos en los gruesos troncos reverdecidos por un musgo fresco y jugoso, las orquídeas invitaban a aspirar sus fragancias vertidas al aire con libertad desmedida, los árboles frutales maduran sus frutos con dulzura, los líquenes y helechos aportan al bosque la belleza de jardines fantasiosos y la densa neblina se filtraba con translúcidas intenciones entre la hojarasca donde la luz se proyectaba en ráfagas coberteras, y el agua en forma de cristales centellantes  se deslizaba entre las suaves hojas del yarumo que caían en estrellas fugaces verticales.
dibujo a lápiz. Carlos Osorio

Cascadas cantarinas buscaban su cause entre las piedras , palos y hojas ; las ranas del bosque tomaban de su agua, los animales silvestres calmaban la sed , pececillos de plata jugueteaban contra la corriente, la vida giraba en torno al liquido vital , tan limpio y cristalino que parecía no estar, y el aire diáfano, puro y azul se veía tan cerca que casi se podía tocar. Al pie del gran bosque seguía la pradera , un valle fértil que don Pedrito cultivaba con apego, el pasto crecía alto y fresco, y como un manto verde salpicado de aromas estaba un gran cafetal con plataneras y yarumos como árboles de sombra . En mitad de aquel valle discurría la quebrada Bonilla cundida de sabaletas, de aves acuáticas, piedras de cuarzo y arenilla de cantos, rocas vivas que saltaba n entre la espuma del agua que de prisa vertía su cause al pasmoso Rio Nare. Cultivaba don Pedro además del café, frijol cargamanto, tomate chonto, cebolla cabezona, maíz, naranja tanjelo, mango criollo, pera, ciruela, míspero, aguacate, verduras, esperanza y felicidad.
Construyó don Pedro en el filo de un monte, su casa de tapia con teja de barro, un gran patio cercado de guadua, jardines floridos de novios, azucenas, cartuchos, astromelias, rosas y margaritas; las palmas de cera le dan al paisaje un toque exótico, en un extremo un corral para aves. Era su casa un palacio humilde para reinar. Al morir la tarde, siempre don Pedro divisaba sus límites que se pintaban de dorado al atardecer, el cielo se encendía en colores de fuego para luego extinguirse lento hasta llegar la oscuridad. Allí vivía con su esposa Nora, nueve hijos, un perro de caza, una lora vieja y un gato montés. Siempre en la mañana la guacharaca anunciaba que llegaba la hora de ir a labrar y don Pedro , al despuntar el alba, hurgaba en su tierra para encontrar bendiciones.


De pronto se inundó aquel valle; bajo un mar de angustias quedó su vergel, el bosque primario, el cultivo de plátano, el gran cafetal. Desapareció la quebrada Bonilla, todos sus cultivos, se inundó su alegría, se ahogó la esperanza, naufragó su paz. Cambió el paisaje de tonos verde vivo por un turbio paisaje de infelicidad, ya no tenía la abundancia de otrora, ya la tierra no es apta para cultivar, quedó una estéril franja que se erosionaba llevándose la escaza fertilidad a la profundidad del gran lago.

Pasaron los días, y don Pedro quiso hacer productiva la porción de tierra que no se inundó, intentó germinarla con abonos y químicos, despejó el monte para buscar más áreas que cultivar. Mató los yarumos, los guayacanes dorados, arrasó con las palmas y así el paisaje se desoló. Los años siguieron y don Pedro se fue sintiendo solo sin su esposa Nora que se durmió en lo eterno para nunca despertar, algunos de sus hijos partieron al alba de un día cualquiera, buscaron horizonte en una ciudad. Don Pedro en su soledad quiso viajar para encontrar en otros lares su nuevo futuro, pudo más el apego a la tierra que la necesidad y quedó esperando con firme anhelo de algún día las aguas se abrieran despejando su valle , y desesperó. Sus fuerzas se fueron, se cubrió de níveos cabellos, la piel se plegó, su espíritu perdió el brillo y el peso de la edad lo fue llevando al acrísimo.

Un día un visitante llegó a sus tierras y una franja le compró, construyó en ella con hierro y cemento una mansión, y don Pedro pudo al fin tener dinero que pronto dilapidó, así fue vendiendo su tierra por cuadras y en pocos años su casa de tapia se rodeó de mansiones de veraneo majestuosas e imponentes, palacios de extraños a los que don Pedro nunca tenía acceso.

Don Pedro en el filo de un monte, al lado de su casa de tapia, rodeada de árboles sin vida, mirando un horizonte que ya no le pertenece, está esperando a un extranjero que le compre su predio para con ese dinero poder comer. Y al verse sin tierra, se dirigió al gran lago, se hundió en sus aguas, se internó en su valle, y allí se quedó.

Cuenta la leyenda que en el fondo del lago está don Pedro come tierra arando y sembrando, que si alguien se atreve a visitar las profundidades verá un gran valle sembrado de cafetales, con grandes pinedas que le dan sombra, gigantescos árboles que maduran sus frutos, platanales, yarumos, guayacanes floridos, vistosos jardines, la quebrada Bonilla, aves y peces flotantes, luz, alegría y paz.

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