LOS HOMBRES BESTIA
Muchos peñolenses, especialmente los
indígenas y criollos, se desempeñaban como cargueros por los diversos caminos y
trochas de la Provincia de Antioquia.
El auge de los
antiguos caminos que comunicaban a Santa Fe de Antioquia, Medellín y San
Antonio de Arma de Rionegro con El Magdalena, en las difíciles épocas de la
colonia, tenían como eje central los territorios de San Antonio de los
Remolinos de El Peñol, donde encontraban los caminantes, comerciantes y
exploradores, espacio para el descanso, alimentación, alivio e intercambio de
mulas, bueyes y caballos; y sobre todo, la contratación de cargueros tanto de
fardos como de hombres.
La población de Palagua fue inundada por El
Magdalena a principios del siglo XVII y sus habitantes poblaron el sitio
indígena del Nare, desde aquí partía la ruta entraba a Antioquia por el valle
del río Nus, la desembocadura de este río al Magdalena se bifurcaba formando
numerosas islas, se reconocía con el nombre de Islitas. El encuentro del río
Nare con el Samaná era alígero y peligroso, sitio reconocido como Remolinos,
indicaba los límites de los territorios de El Peñol de entonces.
Los cargueros o
terciadores hacían largos recorridos, llevando un sinnúmero de productos por
caminos casi intransitables desde Nare hasta Rionegro y Medellín. Por Guatapé
pasaba el antiguo camino de Páramo, denominado así porque atravesaba un ramal
deprimido y frio de la cordillera. Este sendero se unía en Sequión o Trapiche
con el establecido entre Remolinos y Rionegro. Con la construcción del camino
de Islitas se articularon muchos sitios y parajes a la red vial; algunos de estos sitios no pasaron de ser simples
fondas, mientras otros fueron convirtiéndose poco a poco en prósperos
municipios. Este camino partía de Puerto Nare, seguía a Islitas – Juntas,
Canoas y Trapiche, allí se dividía en dos ramales: uno que pasaba por San
Carlos, El Peñol, Marinilla, Rionegro y Medellín; y otro que iba hacia San
Rafael, Guatapé y se unía en El Peñol al primer ramal para continuar hasta
Medellín. (Von Schenck. Viaje por
Antioquia en el año de 1880. Bogotá, Banco de la República. 1953. Pag. 21.)
Para el
transporte de una persona un carguero exigía 16 piastras y la comida; “El
silletero” debía tener un paso suave, pues su carga viva estaba sentada sobre
una silla de caña, suspendida por una banda o cincha, que lleva sobre la frente
el portador. El transportado debía permanecer inmóvil, mirando hacia atrás y
con los pies reposando en un travesaño; en los sitios escabrosos como el
atravesar un torrente sobre un tronco a manera de puente, el silletero recomendaba
al patrón que tiene sobre la espalda, cerrar los ojos. Daba lástima ver al
carguero sudando gruesas gotas a la subida y oírlo respirar emitiendo un
silbido tremendo. ( Referenciado de Viajeros
en la Independencia. Colección Bicentenario. Pag. 66)
El bastimento
que llevaban los cargueros y caminantes consistía en tiras de carne seca de
res, bizcochos de maíz, huevos duros, azúcar en bruto (panela), chocolate, ron,
cigarrillos y pedazos de sal, conocidos con el nombre de “piedras”, que
resistían la humedad. Otros llevaban su propia alimentación o sea “tasajo”:
panela, chocolate arepas y sobre todo “fifí”, bananos verdes secados al horno,
cortados en tajadas longitudinales, todavía harinosos al punto que adquieran
dureza y la consistencia. Para comer “fifí” en vez de pan, se le rompe con una
piedra y se remoja en agua, esta preparación era absolutamente resistente al
ataque de los insectos.
Caminar por
estos tormentosos senderos implicaba enfrentarse a las inclemencias de la
naturaleza. Era exponerse continuamente a las espinas de zarzas y guaduales, con
barro que llegaba a las rodillas, por canelones oscuros, húmedos y cundido de
alimañas. El agua se encontraba en numerosos manantiales, pero se prefería
obtenerla de las guaduas, practicando una abertura por encima de uno de los
nudos de la vara. El camino se convertía en martirio para los cargueros,
quienes fuera de soportar una carga que laceraba la espalda y herniaba sus
cuerpos; adquirían enfermedades como osteoporosis, artritis, bronquitis,
malaria, y fiebres.
En su viaje a
este lugar FriedichVon Schenk , quien pernotó en 1978 en El Peñol escribió en
sus memorias de “Viajes por Antioquia”: “Esa
degradación del hombre como animal de carga (…), todavía en algunas regiones de
Antioquia es bastante común. Especialmente el indígena de los caseríos de San
Antonio de los remolinos de El Peñol (…) encuentra su única fuente de entrada
en el trabajo como peón de tercio para transportar la carga desde Islitas hasta
Rionegro, Ya que muchas veces esta carga por su tamaño y peso no sirve para ser
transportada en mulas…”
… “Es sumamente triste observar cómo en
el camino a Medellín en caravanas de peones de carga, al lado de atléticos y
fuertes hombres, ver viejas mujeres y muchachas jóvenes que llevan cargas y
bultos sobre la espalda, sujetos a una cincha que pasa por la frente y que van
a través de las montañas y ríos tormentosos de Antioquia…”
El progreso de
la Antioquia de aquella época se soportó en las espaldas de aquellos indígenas
humildes que por causas del empobrecimiento y la humillación del español
dominante, recurrió a este oficio como única alternativa de supervivencia. Poco
valió que Don Antonio Mon y Velarde dictara el 12 de Mayo de 1788, una
providencia que daba un plazo de un año para extinguir el oficio de carguero
por los múltiples abusos y exiguos pagos. Ni las gestiones de el Presbítero
Francisco José Hermenegildo Leonin de Estrada, primer cura párroco de El Peñol
en 1774. Quien el 7 de septiembre de 1794 envió un informe especial al rey sobre la
precaria vida de los cargueros y silleteros de estos territorios. Tardaron más de un siglo, principios del
siglo XIX, que en consideración de los cargueros, los gobiernos de turno promovieron
los “tambos” casas construidas a orilla
de los caminos donde los caminantes podían descansar, adquirir alimentos,
medicinas y dormir a precios razonables. Estas casas generaron nuevas
construcciones a su alrededor y en muchos casos generaron los pueblos de hoy.
Fueron los más reconocidos los “tambos” de Guadualito. Samaná, Santa Teresa, el
de Yore, el de Balsadero, el de La Aguada, el de Totumo, el de Arenal, y el de
Falditas.
Hoy, recordamos
y homenajeamos a estos “Hombres bestias” quienes fueron héroes y protagonistas
de el progreso. Ellos, desafiando las montañas, las inclemencias y las
afecciones hicieron grande a Antioquia y dieron reconocimiento a El Peñol como
el pueblo que persistente en las adversidades, gracias a sus hombres fuertes,
aguerridos y emprendedores.
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