viernes, 25 de abril de 2008

OSORIO


Como pudiese imaginar que cuando niño, los hilos del destino se trenzaran en una dirección precisa, cuando el afán por plasmar imágenes que poco a poco adquirían identidad, aportarían a mi formación artística en el futuro.
Como, a pesar de las lecciones que se aprenden por mérito propio, aferrado a las intuitivas nociones del ser autodidacta, se va sumando experiencia y conciencia hasta lograr objetivos propuestos.
Cuando niño no se aprecia una proyección a futuro, sólo la magia de el poder crear con líneas mundos imaginarios, inspirados en cuentos, historias y fantasías, se siente protagonista de sus propias creaciones y esa cualidad de crear se va adhiriendo al sentimiento y como una deliciosa quimera se apodera de todo el ser y ya no es dibujar por pasar el rato sino que se convierte en pasión.
En cada momento los recuerdos se avivan, cuando desde niño, de la escuela central a la casa de mi abuela, los detalles ínfimos para los demás se iban convirtiendo en maravillas naturales para mí. Paso a paso aprendí a ver, a apreciar, a admirar la naturaleza de una forma diferente, esos pedazos de tapia que dejan ver las estructuras de esterilla, la hermosura de las ventanas viejas que se desnudan del color, el anciano encorvado por los años cargando madera para su hogar, los atardeceres llenando de salmónidos colores el horizonte, los campos efervescentes de verde, una tranquera, el frondoso árbol, los tejados pintados de pátina natural, la bruma…todo pasaba ante mis ojos ávidos de imágenes que se almacenaban en mi mente para después enfrentarme al reto de dibujarlos.
Este sencillo acto hizo que me rindiera en pleitesía ante la perfecta obra de arte que es la naturaleza, a la maestría de su creador, a la perfecta armonía de luz, sombra, color composición y perspectiva que tiene cada rincón de nuestro mundo, a esos instantes siempre cambiantes, siempre vivos, palpitantes y espectacularmente hermosos. Y entendí que mi mejor maestro estaba ahí retándome a igualarlo e infructuosamente a superarlo.
Desde niño, esos impulsos incontrolados de artista me llevaron a enfrentar un mundo de vocación, un desempeño por profesión y una vida por convicción de que el arte, y solo el arte, es mi verdadera razón de existir.
Cuando el arte se convierte en obsesión no queda mas remedio que vivirlo con la intensidad propia del artista, es atender el llamado del destino, el responder ante el mundo y su historia dejando la huella solicitada. Esa es realmente la misión del arte, heredar un referente de una vida transcurrida en un lapso del tiempo, en un lugar establecido.
Que se puede esperar del arte sino satisfacciones, donde después de una ejecución minuciosa, estudiada y conciente la obra cumpla la razón testimonial de una época y hablará bien de su creador como el hijo habla de su buen padre.
Como pedirle mas a la vida si ya me dio lo solicitado, el tener alma de artista, sensibilidad de artista… el ser artista.
Que más se puede pedir, si la obra cumple su objetivo de ser mirada, opinada y difundida. Donde hoy, gracias a su público tiene un lugar de privilegio en los corazones de amigos y coterráneos, se le da reconocimiento y están ubicadas en el templo de la cultura de mi pueblo.
Por la deferencia para conmigo y para con mi obra no queda más que extender la mano de agradecimiento, seguro que más motivado que nunca seguiré el sendero trazado hasta llegar a donde me sea permitido llegar… siempre con el orgullo de ser hijo de esta tierra, de ser un aguadeño.
Gracias, mil gracias a mí aguadas.

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