martes, 2 de agosto de 2011

AGUADAS ES INSPIRACIÓN

Aguadas es inspirador. Basta con mirar al cielo y como las manos invisibles de los dioses van tendiendo sobre el pueblo desprevenido su espeso y opalino manto con gélidas intenciones. O presenciar desde la cúspide del Monserrate los cambiantes colores del atardecer que se encienden en rojos fluorescentes hasta teñir el paisaje en un candente crisol que pierde intensidad a medida que el astro rey se oculta trémulo tras las lejanas cordilleras, hasta convertir el paisaje en una pintura rafaelesca de cortantes colores claro oscuro.
Las mañanas son igualmente espectaculares, parece que el sol se asomara primero en Aguadas invitando a los moradores a madrugarle al día, las nubes somnolientas a lo lejos, aún reposan en los valles, y el tibio sol las invita a ascender a las montañas. Desde Aguadas se ve en el horizonte, el límite del universo. Montañas grises casi imperceptibles por el efecto translucido de la calima que enmarca el lindero de los dominios del gran Maitamac.
Las paredes blancas con ventanales monocromáticos que reciben de pleno las luces del sol, reflejando su fulgor incandescente y el pueblo se convierte en luz reflejo que castiga las pupilas. Repiquetea apenas las seis de la mañana en el reloj encumbrado en las torres de La Inmaculada, con un concierto de campanas que interpreta con maestría sinfónica “El Ave María”. Los cuerpos cubiertos con ruanas de lana invaden las calles en cotidiana procesión para la misa matutina. Suenan pasillos en los tendejones y el aire fresco trae entre sus partículas acuosas el aroma placentero de un auténtico café recién preparado. Mientras en otras cuadras es el “calao” de brevas que libera sus perfumancias evidenciando que se está preparando el manjar de las delicias, el inigualable pionono.
Filtrándose por los tejados ya renegridos por la pátina sempiterna del humo de los fogones de leña que traen aromas de la arepa de maíz, chocolate recién batido, carne ahumada, y el “recalentao” de frijol sabanero.
Como bandadas de palomas mensajeras en intrincada romería pasan los estudiantes con sus morrales de sabiduría. Del parque parten las chivas tronando sus bocinas, cargadas de trabajadores, chapoleras y campesinos que hurgan en la tierra sus bendiciones. De pronto, el parque vuelve a la calma, solo quedan algunos jubilados y pocos paisanos que pasan parsimoniosos sin los tormentos del tiempo.
Cómo no inspirarme en el pueblo de mis ancestros, en la inquietante historia aún oculta en oscuros rincones. En el rostro adusto del campesino que es sinónimo de pulcritud. En las leyendas míticas del tesoro del cacique Pipintá. En las arremetidas del invasor español por arrebatar a los indígenas sus deidades milenarias.
En “El Putas de Aguadas” que inspiró a artistas, cuenteros, músicos, escritores y poetas. Es también identidad e idiosincrasia del aguadeño emprendedor, aventurero y progresista.
Cómo no inspirarme en sus mujeres de piel nacarada, ojos claros, mirada profunda y sincera, de cabellos de oro. Altivas y orgullosas. Ladronas de corazones sensibles. Reinas de la simpatía. Hermosa flora silvestre que fulgura en la espesura.
De los montes de verde fecundo contrastando con el compactado bosque y la tierra arada que muestra sus sepias entrañas. De casas campesinas, de paisajes armoniosos con el cielo cundido de nubes viajeras, de cafetales tan extensos que se convirtieron en piel del campo.
Cómo no buscar inspiración en mi tierra natal donde reposaron los cuerpos cansados de enérgicos arrieros, visionarios colonos con ilusiones de tierras nuevas, de fundar pueblos, comercio y progreso. Son mi inspiración las gruesas tapias de barro pisado, columnas de casas consumidas por el despiadado tiempo que se convirtieron en mudos testigos a la vera del viejo camino y ahora sirven de guía o abrigo al peregrino.
Cómo no inspirarme en mi Aguadas que es escancia y alma.

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