Tradición, amor patrio, sentimiento ancestral, perseverancia, decisión, ilusión, amor, pasión, compromiso… así es el grupo de danzas infantiles del Colegio Alberto Hurtado de la comunidad Doñihue del sur de Chile, ciento veinte kilómetros de su capital Santiago. Mil calificativos más para este grupo de chiquillos entre los seis y catorce años de edad, que bien comanda su instructora de danzas María Eugenia Pinochet, con su hermano, instructor de gimnasia y educación física Cristian Pinochet, y el pragmático, ceremonioso y gran señor, padre y abuelo Doctor Sergio Pinochet. Como vemos padre e hijos que irradiaron su amor al arte en la institución educativa, a la tradición de un pueblo, a la difusión de su patrimonio e identidad, a los niños y a su Chile del alma.
Y… cómo sucedió? Entre unos quinientos correos electrónicos que me faltabas por auscultar, se destacaba uno con el seudónimo de “espejo”, pensé en eliminarlo por desconocer su procedencia, y casi sin quererlo leí su contenido. Se trataba de el ofrecimiento de un grupo de danzarines pueriles que buscaban enlace con municipios del oriente antioqueño para realizar una gira, respondí manifestando mi interés solicitando los pormenores de la logística, se sucedieron varios correos, efusivos unos, desalentadores otros, inclusive uno que cancelaba la gira aduciendo imprevistos, normal, cuando las grandes ideas y las intenciones loables florecen en un día de primavera, surgen nubes negras amenazantes de tormenta en el horizonte. Faltaban ocho días para la fecha prevista, un alentador correo ratifica que el grupo de los niños danzantes sí viajarían a Colombia.
Doñihue dista a solo 22 kilómetros de Rancagua, fue fundada por colonos españoles en 1873, abarca una extensión de 88 kilómetros cuadrados, con una población de 16.916 habitantes según censo del 2002. La actividad económica es la agrofruticultura y minoritariamente las artesanías, donde se identifica el mundialmente reconocido “Chamanto” o manta de hilos finos, con gráficos característicos de visos ancestrales, exquisito y deslumbrante colorido, es gruesa, de doble faz, una cara para lucir en el día y la otra en la noche. Artesanía que manos diestras de artesanas tardan hasta seis meses en la elaboración de un “Chamanto”. Son también de identidad el aguardiente, los vinos y la comida típica, las fiestas del Chacolí, promueven sus mitos y tradiciones con el orgullo propio de ser chilenos.
Ellos llegaron a la zona de los embalses en un sol rutilante de alegría, enmarcado en un cielo azul límpido como es su costumbre, en un clima tropical fresco luminoso. Gozaron el recorrido de un Guatapé zocalizado, admiraron sus construcciones tradicionales de colores atrevidos, pasearon por el malecón limitado por la apacible represa. Se aventuraron a subir los 682 escalones de la gran piedra y en la cima de ella tocaron el cielo y admiraron la magnitud de la gran extensión del lago artificial, un paisaje bello, tranquilo, divino. Se fundieron en sus aguas azules, en bosque fresco. Se perdieron en el horizonte sin límites.
Caminaron por el municipio de El Peñol, se embebieron su historia, la cultura, el arte… tanto que conmovieron sus almas de niños y entendieron al pueblo trasplantado. Recorrieron su Museo Histórico y vieron al gran dragón de agua que se tragó a un pueblo, dimensionaron la angustia de las gentes de entonces que abandonaron sus casas, tradiciones, historia y patria chica para habitar la incertidumbre, vieron también el impulso progresista del peñolense actual aferrado a lo que les quedo de tierra, rescatadores de historias perdidas, de mitos, tradiciones y leyendas… y llego la noche.
Las caras rosadas de los niños indicaban sus exposiciones al sol, algunos movimientos connotaban cansancio pero el escenario iluminado del Teatro Municipal y los concurrentes expectantes les infundió energía, las cascadas de telas oscuras caían plácidas sobre el tablado y el ambiente renovado de un teatro dispuesto a la cultura crearon en ellos ansias de espectáculo. Después de los actos protocolarios los niños salieron a escena representando las diferentes identidades y tradiciones chilenas, desde los campesinos con sus atuendos, las artesanas del chamanto, los exóticos indígenas de la Isla de Pascua con sus vestidos de flor, los románticas coqueteos entre las parejas, la alegría, el movimiento perfecto, el sincronismo, el ritmo, la música, la fantasía, la magia, la tradición, el color y la alegría… Todo se conjugó en una velada perfecta. La más bella armonía de cuerpos juveniles confundidos entre música, luces y movimiento. Hora y media de espectáculo. Los aplausos sonaron con júbilo, los asistentes rodearon a los artistas y todo se tornó en un barullo amistosos, querían hablar con ellos, registros fotográficos, charlas preguntas, compartir.
Cabe resaltar como 17 bailarines infantiles y una comitiva de acompañantes se afanaron por llevar sus expresiones tradicionales a otras latitudes, con recursos propios y eficiente gestión para lograr el objetivo de maravillar a los peñolenses y a otros pueblos del oriente que se sumaron a esta iniciativa. Queda así un recuerdo difícil de olvidar; niños y niñas embajadores de Doñihue llevando sus tradiciones en el alma, queriendo compartir sus habilidades artísticas con públicos de otra parte y mostrándonos un ejemplo de amor por su patria, por su comarca, el colegio y las tradiciones chilenas. Para aquellos chiquillos tenemos un espacio en nuestros corazones, las imágenes de sus caras alegres y las sonrisas puras en nuestros recuerdos, enseñanzas de un ejemplo de amor por la identidad y el patrimonio. Quedarán ellos insertos en nuestros paisajes y buscaremos la manera de conservar la esencia de su presencia en nuestro territorio por muchos años. Eternamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario