LOS
ILUMINADOS DEL SURREALISMO
"ANCIAS DE LIBERTAD" Óleo de Carlos Osorio |
A partir de
1927 y después de un amplio recorrido por diversas sintonías visuales de la
modernidad internacional, la obra de Salvador Dalí quedó enfilada
definitivamente en dirección al surrealismo. Es cuando pinta "Aparato y
mano" y "La miel es más dulce que la sangre". Fue el colofón de
un proceso formativo muy intenso, en el que Dalí compartió íntimamente la
recepción de dicha poética con Federico García Lorca. En 1929 y tras realizar
diversas experiencias plásticas que dialogan con Max Ernst, Arp, Tanguy, Miró e
incluso que esgrimen una provocadora catarsis de negación del arte, su lenguaje
visual cristaliza definitivamente. Atestiguan esto último obras de madurez como
"El gran Masturbador", "Monumento imperial a la mujer
niña", "Los primeros días de la primavera", "El hombre
invisible"...
Es también el momento en que Dalí fija su residencia en París, se incorpora
plenamente al movimiento surrealista y se convierte en una figura de referencia
para la vanguardia peninsular desde la magnitud de esa órbita en la que ya
giraban Picasso, Gris o Miró.
A partir de 1929, el surrealismo plástico se difunde
intensamente en el contexto peninsular, hasta el punto de convertirse en una de
las líneas prioritarias de la vanguardia artística hasta la guerra civil. Aunque
fueron muchos los referentes que orientaron las diversas direcciones del
surrealismo español, las formas dalinianas desempeñaron un protagonismo
indiscutible. Unas veces estas formas fueron asumidas con el carácter de
verdaderas citas literales, otras funcionaron como término poético de una
intensa dialéctica creativa. En cualquier caso, demostraron una vivísima
presencia en una gran parte de las manifestaciones del arte peninsular, tanto
en el ámbito catalán como en el aragonés, el tinerfeño o en importantes
aspectos de esa "poética de Vallecas" que alcanzó gran difusión por
toda la geografía peninsular durante los años treinta.
El origen de la pintura surrealista se halla en la
pintura metafísica de Chirico. Pero si en esta sobrevive un ideal de nostalgia
por un mundo clásico que la ironía corroe, hay en la pintura de Dalí en cambio,
una red de profundas sensaciones que interesan la esfera de las alucinaciones,
de los símbolos psicoanalíticos, y de los recuerdos atávicos.
El refinamiento y el ilusionismo óptico se mezclan en
sensaciones crueles, a motivos de repugnancia, y el sueño, como la intuición
poética de Calderón de la Barca, es vida.
Dalí ha ahondado sus representaciones en las
turbulencias del alma o en las tentaciones del
subconsciente, basados en el psicoanálisis de Freud, con sus
indagaciones en los bajos fondos del subconsciente o en los oscuros significado
de los sueños, ha abierto de par en par a la fantasía de los surrealistas un
vasto campo, un nuevo continente figurativo, en donde las imágenes se
desintegran en significados diversos o se conjugan en otros sentidos y otras
alusiones, con un acento a menudo de angustia.
El Dadaísmo abrió las puertas, y los surrealistas
avanzaron por aquel nuevo y vasto reino del subconsciente, de la vida automática
y reflexiva. Habría de serviles como material expresivo no tanto de las figuras
del mundo real como las que nacen, o se dilatan o se desplazan hacia otros
sentidos y otras dimensiones en el sueño, en la alucinación e incluso en los
delirios y en la locura, aún a costa de provocarlos artificialmente.
La respuesta a todo aquel inmenso acopio de material
figurativo extraído del mundo o sacado de la luz de la razón estaba,
precisamente, en aquellos profundos sondeos en los abismos de la vida subconsciente.
Alguna luz fue reportada de estas tinieblas por André Nasson, por Marx Ernst,
Salvador Dalí, y por Yves Tanguy a los que se les puede llamar “Los iluminados
del surrealismo”. El primero con sus revelaciones de
sedimentos eróticos disfrazados de oscuras intrigas vegetales; Ernst con sus
desplazamientos ilógicos y repentinos de los objetos, con evocaciones de
figuras obsesionantes; Dalí, con sus dilataciones
hacia lo espeluznante y los engaños
preciosos, y Tanguy, en fin, que llevó a la luz un paisaje desierto,
enrarecido, no se sabe si de hielo, de vidrio o de esmeril, sembrado de
fósiles, arbustos y guijarros, antidiluvianos, desesperadamente azul y árido,
tal como el sueño se imagina que deban ser los cráteres lunares.
Ante esta simbología que denuncia lo continuo de la
angustia, o el terror de un próximo exterminio, algún crítico ha querido
recordar aquel típico ángulo de la pintura teológica del tardío siglo xv
europeo, con los diablos de Brugel, las plagas de Grunewald, los delirios
melancólicos de Durero, estableciendo afinidades entere estos y aquellos
pintores con sus silencios subterráneos, a
estas divagantes combinaciones de visión y ensueño, hay que buscarlos
desde la pintura metafísica de Chirico o en los relatos evocadores de Chagal.
Sin embargo, después de las afirmaciones Por Breton
con sus “Manifiestos” puede decirse corazón que el surrealismo se disolvió en
un juego de exaltaciones gratuitas y literarias, en una red de ficciones que lo
han aprisionado como en un laberinto, de las que el hombre ha quedado excluido
por el placer del disfraz, en las alteraciones proyectadas al infinito, como en
una serie de espejos deformantes, en los que ya no se da el gusto de la verdad,
sino del espectáculo.
Aún hoy, la corriente surrealista sigue, quizá retomando
el invaluable legado de herencia de sus máximos exponentes, siguiendo fieles al
esquema fantasioso, ilusorio y onírico ya propuesto. Ahora la pintura
surrealista se ejecuta con gran majestuosidad técnica, con parámetros precisos
de composición y con ese agregado inusual del mensaje implícito; un aspecto a destacar,
es que pese a la gran cantidad de temáticas y tendencias que marcan estas
épocas, donde el arte se debate en una marea confusa y desorientada, donde no
se ve claramente un hilo conductor que marque la directriz, los pintores
realistas y surrealistas marcan una diferencia, fieles a la academia, a la perfección
del dibujo, al manejo de la técnica y al ritmo de los adelantos científicos y
mecánicos que impone esta era.
En un futuro, no muy lejano, el
arte retomara ese carácter desaparecido del detalle, del estudio, de la
investigación, de la enseñanza heredada de los grandes maestros; el artista volverá a ser aliado de la naturaleza,
de la gente, de los paisajes bucólicos, y será el surrealismo y el realismo en extraña
fusión la que marque una nueva tendencia y un nuevo “ismo” de un arte de verdaderos maestros con obras
de gran contenido social, histórico, ecológico y global, obras apreciadas por
su contenido y no por el supuesto aspecto decorativo, o por la preferencia de
los que ignoran las enseñanzas de la historia del arte.
Si bien, las corrientes de arte
surgen después de una irreverente actividad cultural donde el común denominador
es el caos y la confusión, donde los gustos por los abusos y excesos llevan a cuestionar
al arte como caduco y anticuado, y surgen las desviaciones que difieren de la plástica
o se proclaman tendencias so pretexto de modernidad, olvidando el compromiso
del arte con respecto a la humanidad, la naturaleza y la historia.
De nada servirá si el aporte del
arte al mundo es efímero, si en un futuro esa energía creativa se disipe en
obras que el tiempo va a olvidar, si el
artista no es integro y profesional con su oficio, si el verdadero artista se
deja absorber por la era cambiante que vivimos y olvida el precioso e
invaluable legado de los grandes maestros, entonces y solo entonces, de nada servirá
ser artista.
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