jueves, 17 de enero de 2013


LOS ILUMINADOS DEL SURREALISMO


"ANCIAS DE LIBERTAD"
Óleo de Carlos Osorio
A partir de 1927 y después de un amplio recorrido por diversas sintonías visuales de la modernidad internacional, la obra de Salvador Dalí quedó enfilada definitivamente en dirección al surrealismo. Es cuando pinta "Aparato y mano" y "La miel es más dulce que la sangre". Fue el colofón de un proceso formativo muy intenso, en el que Dalí compartió íntimamente la recepción de dicha poética con Federico García Lorca. En 1929 y tras realizar diversas experiencias plásticas que dialogan con Max Ernst, Arp, Tanguy, Miró e incluso que esgrimen una provocadora catarsis de negación del arte, su lenguaje visual cristaliza definitivamente. Atestiguan esto último obras de madurez como "El gran Masturbador", "Monumento imperial a la mujer niña", "Los primeros días de la primavera", "El hombre invisible"... 
Es también el momento en que Dalí fija su residencia en París, se incorpora plenamente al movimiento surrealista y se convierte en una figura de referencia para la vanguardia peninsular desde la magnitud de esa órbita en la que ya giraban Picasso, Gris o Miró.

A partir de 1929, el surrealismo plástico se difunde intensamente en el contexto peninsular, hasta el punto de convertirse en una de las líneas prioritarias de la vanguardia artística hasta la guerra civil. Aunque fueron muchos los referentes que orientaron las diversas direcciones del surrealismo español, las formas dalinianas desempeñaron un protagonismo indiscutible. Unas veces estas formas fueron asumidas con el carácter de verdaderas citas literales, otras funcionaron como término poético de una intensa dialéctica creativa. En cualquier caso, demostraron una vivísima presencia en una gran parte de las manifestaciones del arte peninsular, tanto en el ámbito catalán como en el aragonés, el tinerfeño o en importantes aspectos de esa "poética de Vallecas" que alcanzó gran difusión por toda la geografía peninsular durante los años treinta.
El origen de la pintura surrealista se halla en la pintura metafísica de Chirico. Pero si en esta sobrevive un ideal de nostalgia por un mundo clásico que la ironía corroe, hay en la pintura de Dalí en cambio, una red de profundas sensaciones que interesan la esfera de las alucinaciones, de los símbolos psicoanalíticos, y de los recuerdos atávicos.
El refinamiento y el ilusionismo óptico se mezclan en sensaciones crueles, a motivos de repugnancia, y el sueño, como la intuición poética de Calderón de la Barca, es vida.
Dalí ha ahondado sus representaciones en las turbulencias del alma o en las tentaciones del  subconsciente, basados en el psicoanálisis de Freud, con sus indagaciones en los bajos fondos del subconsciente o en los oscuros significado de los sueños, ha abierto de par en par a la fantasía de los surrealistas un vasto campo, un nuevo continente figurativo, en donde las imágenes se desintegran en significados diversos o se conjugan en otros sentidos y otras alusiones, con un acento a menudo de angustia.
El Dadaísmo abrió las puertas, y los surrealistas avanzaron por aquel nuevo y vasto reino del subconsciente, de la vida automática y reflexiva. Habría de serviles como material expresivo no tanto de las figuras del mundo real como las que nacen, o se dilatan o se desplazan hacia otros sentidos y otras dimensiones en el sueño, en la alucinación e incluso en los delirios y en la locura, aún a costa de provocarlos artificialmente.
La respuesta a todo aquel inmenso acopio de material figurativo extraído del mundo o sacado de la luz de la razón estaba, precisamente, en aquellos profundos sondeos en los abismos de la vida subconsciente. Alguna luz fue reportada de estas tinieblas por André Nasson, por Marx Ernst, Salvador Dalí, y por Yves Tanguy a los que se les puede llamar “Los iluminados del surrealismo”.  El primero con sus revelaciones de sedimentos eróticos disfrazados de oscuras intrigas vegetales; Ernst con sus desplazamientos ilógicos y repentinos de los objetos, con evocaciones de figuras obsesionantes; Dalí, con sus dilataciones hacia lo espeluznante y los engaños preciosos, y Tanguy, en fin, que llevó a la luz un paisaje desierto, enrarecido, no se sabe si de hielo, de vidrio o de esmeril, sembrado de fósiles, arbustos y guijarros, antidiluvianos, desesperadamente azul y árido, tal como el sueño se imagina que deban ser los cráteres lunares.
Ante esta simbología que denuncia lo continuo de la angustia, o el terror de un próximo exterminio, algún crítico ha querido recordar aquel típico ángulo de la pintura teológica del tardío siglo xv europeo, con los diablos de Brugel, las plagas de Grunewald, los delirios melancólicos de Durero, estableciendo afinidades entere estos y aquellos pintores con sus silencios subterráneos, a  estas divagantes combinaciones de visión y ensueño, hay que buscarlos desde la pintura metafísica de Chirico o en los relatos evocadores de Chagal.
Sin embargo, después de las afirmaciones Por Breton con sus “Manifiestos” puede decirse corazón que el surrealismo se disolvió en un juego de exaltaciones gratuitas y literarias, en una red de ficciones que lo han aprisionado como en un laberinto, de las que el hombre ha quedado excluido por el placer del disfraz, en las alteraciones proyectadas al infinito, como en una serie de espejos deformantes, en los que ya no se da el gusto de la verdad, sino del espectáculo.
Aún hoy, la corriente surrealista sigue, quizá retomando el invaluable legado de herencia de sus máximos exponentes, siguiendo fieles al esquema fantasioso, ilusorio y onírico ya propuesto. Ahora la pintura surrealista se ejecuta con gran majestuosidad técnica, con parámetros precisos de composición y con ese agregado inusual del mensaje implícito; un aspecto a destacar, es que pese a la gran cantidad de temáticas y tendencias que marcan estas épocas, donde el arte se debate en una marea confusa y desorientada, donde no se ve claramente un hilo conductor que marque la directriz, los pintores realistas y surrealistas marcan una diferencia, fieles a la academia, a la perfección del dibujo, al manejo de la técnica y al ritmo de los adelantos científicos y mecánicos que impone esta era.
En un futuro, no muy lejano, el arte retomara ese carácter desaparecido del detalle, del estudio, de la investigación, de la enseñanza heredada de los grandes maestros; el artista volverá a ser aliado de la naturaleza, de la gente, de los paisajes bucólicos, y será el surrealismo y el realismo en extraña fusión la que marque una nueva tendencia y un nuevo “ismo”  de un arte de verdaderos maestros con obras de gran contenido social, histórico, ecológico y global, obras apreciadas por su contenido y no por el supuesto aspecto decorativo, o por la preferencia de los que ignoran las enseñanzas de la historia del arte.
Si bien, las corrientes de arte surgen después de una irreverente actividad cultural donde el común denominador es el caos y la confusión, donde los gustos por los abusos y excesos llevan a cuestionar al arte como caduco y anticuado, y surgen las desviaciones que difieren de la plástica o se proclaman tendencias so pretexto de modernidad, olvidando el compromiso del arte con respecto a la humanidad, la naturaleza y la historia.
De nada servirá si el aporte del arte al mundo es efímero, si en un futuro esa energía creativa se disipe en obras que el tiempo va a olvidar,  si el artista no es integro y profesional con su oficio, si el verdadero artista se deja absorber por la era cambiante que vivimos y olvida el precioso e invaluable legado de los grandes maestros, entonces y solo entonces, de nada servirá ser artista.

No hay comentarios: