Yo quería volar.
Durante muchos años, los que hasta hoy he vivido, siempre
extendía los brazos al viento con la ilusión vana de volar. Sentía como el aire
pasaba raudo, como cruzaba las nubes grises sin soltarme del suelo. Y llegue
tan cerca del sol hasta que ardía como fogata. Pero todo fue un sueño. Volaba
en mi imaginación tan alto, tan alto. Allí donde ninguna ave ha podido llegar.
Hasta explore el confín celeste, donde el azul diáfano se convierte en noche y
el sol se ve como una estrella mas. Y pensé que este era el límite. Para volar
se necesitan alas. Para ser un Ícaro se requiere osadía. Para llegar lejos
determinación, y para lograr las metas la constancia. Todos estos requisitos
los cumplía al pie de la letra. Y volaba.
Llegar lejos no es suficiente, siempre existen otros límites
que superar y estos se convirtieron en retos. Mis nuevos logros. Uno tras otro
superados. Llegué, por ejemplo, al fin del mundo y descubrí que existían otros
mundos. Viajé al fondo del mar y descubrí que existen otros mares. Llegue a la
cumbre de la montaña más alta y vi, a lo lejos, cumbres inexploradas. Toque las
nubes con mis manos y vi que otras se formaban en monstruosos hongos sobre mi
nube. Volaba más rápido que el alcaraván, que la garza, que la paloma. Y me
sentía rey en las alturas.
Sólo pensaba en volar.
De pronto, sin saber como ni cuando, me vi en una jaula.
Pasionero de mis sueños. Mis alas rotas, sin alma y sin horizonte. Las manos
negras de la perfidia lograron ponerle grilletes a mis tobillos, cadenas a mis manos
y desgajar mis alas. ¿Porqué a mí? Fue la pregunta constante que me hacía. Y
comprendí porque al turpial de hermosos plumaje, vigoroso vuelo y dulce canto
lo persiguen para enclaustrarlo en una jaula de oro. Comprendí porque estaba el
ultimo cóndor en una celda de aquel zoológico, porque a la multicolor guacamaya
que volaba de selva en selva estaba confinada a un pequeño fuste empotrado en
una pared. Vasta con ser virtuoso para ser confinado a la proscripción.
En aquella galera de miserables sin alas me encontraba yo.
Sumido en tristezas e impotencia. ¿Porque a mí?
En que momento desperté en esta
pesadilla. Mustios cuerpos deambulan en círculos pequeños en un camino sin fin.
Hombres sin esperanza con los ojos húmedos. Carceleros sin alma atormentando a
los más débiles. Mil dedos señalando al inocente. Llanto en vez de canto. Voces
que se ahogan en silencios. Día y noches confusos en calendarios sin
nomenclatura. Tiempo lento, tan lento que parecía quieto. Jauría de lobos
atacando a lobos. Caos, perfidia y maldad.
Después de un tiempo la jaula se abrió y pude salir dejando mis alas. Ahora no
pienso en volar solo busco permanecer con los pies en la tierra.
Carlos Osorio
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