martes, 3 de septiembre de 2013


EL EMBLEMATICO CAMINO DE JUNTAS.

La historia de Antioquia es tan extensa  y paradójica como sus caminos. El paso de cada uno de sus protagonistas le hicieron profundas sajaduras a la montaña, cicatrices notorias que se transformaron en arteria por donde surcó la vitalidad del progreso.  Rutas tan milenarias que son imposibles de clarificar sus fechas de nacimiento, lo que si es cierto, es que son tan antiguos como antiguos son los amerindios. Definidos por ellos como caminos de la sal, poseedores de la sabiduría ancestral de recortar distancias surcando las cimas de las montañas, hasta llegar al mundo de las nubes y de los vientos vivificantes. Fueron estas rutas tomadas para la intromisión de los colonos, cuando los nativos se fusionaron con los foráneos para crear una nueva y poderosa raza.

La maraña de caminos, fueron auscultados por ejércitos, comerciantes y colonos. Cargueros, arrieros y aventureros. Cada uno de sus pasos dejaron huellas eternas que se profundizaron en sus obesidades transformado el paisaje, irrumpiendo su paz, escribiendo la historia. Y hoy, la añoranza de aquellas hazañas vividas por los héroes fabulosos, nos lleva a la admiración por sus vivencias, en una época tan maravillosa que hizo grande a la Provincia de Antioquia.

Es el camino de Juntas es el más significativo. Recorrerlo es vivir una experiencia fascinante que permite visualizar la historia de Antioquia, una ruta que lo atraviesa desde el oriente partiendo del Magdalena. A mediados del siglo XVI, en un sitio que se le conocía como Palagua,  se fundó un caserío ocupado por españoles dedicados a la explotación del oro.  A inicios del siglo XVII, el Magdalena reclamó sus territorios y tras una inundación hizo que sus habitantes ocuparan un caserío indígena conocido con Nare. Donde desemboca el río del mismo nombre, La ruta entraba a Antioquia por el valle del río Nus hasta Yolombó, allí se habría en dos, un brazo conducía hasta Santa Fe de Antioquia y otro al Nordeste, llegando a las minas de Zaragoza y Remedios.

Durante la colonia, los españoles construyeron nuevas bodegas a orillas de los ríos Cauca y Magdalena eran el punto de partida de tortuosos caminos. Según Mon y Velarde:

“Las bodegas del Nare, usurpadas muchos años por la intriga y negociación en prejuicio del Rey y del Público, han sido por desgracia uno de los mayores padrastros que ha tenido la infeliz provincia de Antioquia.”

En 1977 se adecuó una nueva vía directa, corta, sana y con pastizales para las mulas, que llegaba a Rionegro. Partían desde el Nare y se enfrentaban a las montaña dejando atrás el fuerte clima, las inclemencias y los mosquitos del río Magdalena. Antes de enfrentarse a las tórridas corrientes del Río Verde, en un sitio llamado Remolino, los viajeros preparaban  sus nervios y fuerzas para emprender la aventura. de allí partió otro camino que llegaba también a Medellín pero que siempre se encontraba en muy mal estado.
Durante cinco leguas se llegaba a las bodegas Juntas del Nare, justo en la desembocadura del Río Samaná. Las bodegas fueron frecuentemente el más importante depósito de mercancías, destinadas al interior de Antioquia y el Camino de Juntas el principal enlace de la provincia con el exterior.
Carl August Gosselman, sueco caminante, en 1826 lo describió con estas palabras:

“Así fue como logramos divisar la bodega de Juntas, que cual nido de águilas estaba en la cima de un cerro, rodeada de árboles, en el punto donde se unen el Río Verde y el Nare. Es decir, que logramos la meta tan dificultosa y temida. 

El lugar era el sitio obligado de parada y descanso de las tripulaciones y de todas las embarcaciones, champanes, canoas, bongos, etc., y el punto cúspide de timoneles y bogadores, ya que aquí termina en definitiva la molestia del calor sofocante, la humedad y los mosquitos, en una palabra, el suplicio del Magdalena.”

Los tortuosos caminos recibían a los caminantes quienes se fundían en el barro lastre, y la selva maravillosa los recibían con su abrazo verde y perfumado. El camino encumbrado les ofrecía raíces y ramas como apoyo. Un camino tan difícil, no propio para las mulas. Así que el transporte de mercancías y de hombres era realizado por fabulosos individuos sobre sus espaldas.  Humboldt describió en detalle el oficio de carguero o silletero cuando pasó por el Quindío en 1801.

“Siendo pocas las personas acomodadas que tienen hábito de andar a pié en estos climas y por caminos tan difíciles durante diez y nueve y veinte días seguidos, se hacen llevar en sillas que se colocan los hombres a la espalda, pues el paso del Quindío no permite caminar montados en mulas. Se oye decir en este país “Andar en carguero” como quien dice ir a caballo, debiendo notarse que los que a él se dedican no son indios, sino mestizos y a veces blancos… 

Y continúa:
No es el paso del Quindío el único punto donde de este modo se viaja; en la provincia de Antioquia rodeada de terribles montañas no hay otro medio de escoger sino el andar a pié, cuando la robustez lo permite, o encomendarse a los cargueros. Tal es el camino que va de Santa Fe de Antioquia a la boca del Nare o al río Samaná”.

En 1788 el oidor Mon y Velarde, reguló los fardos, condescendiente con los cargueros estableció leyes y normas, a partir de entonces los cargueros tomaron importancia y reconocimiento, fueron denominados como peones de carga. Grandes personalidades, científicos y exploradores contrataban sus servicios. Fueron entre muchos Humboldt y Gosselman los que les dedicaron líneas descriptivas:

retrato a lápiz y pastel de Carl August Gosselman
 “Debo observar que uno no puede compadecerse de la persona que ha de transportar tanto peso, pues de ser así, al propio interesado le correspondería subir los cerros o distribuir la carga entre varios peones, lo que resultaría demasiado costoso… Debo decir excusando la expresión, por primera vez subí a caballo en una persona”.
Sin embargo, el carguero fue para los viajeros algo más que una cabalgadura, fue un indicador del camino, un acompañante, un mayordomo, un cocinero, un informante sobre estas nuevas tierras de gente hospitalaria y honrada que se alimenta a base de maíz.

De seis a ocho días demoraba el trayecto de Nare a Río Negro, o Medellín. Las ciudades deslumbraba en lujos que propiciaba el comercio. Las clases pudientes se jactaban de sus adquisiciones y las mostraban con orgullo. Mercancías y cachivaches pasaban por Canoas, Guatapé, El Peñol y Marinilla, y terminaban en Rionegro y Medellín.

Al llegar a Medellín en 1826, señaló que la mayoría de sus habitantes eran comerciantes y analizó en los siguientes términos su situación:

“El comercio de Medellín no puede considerarse insignificante; debe ser visto como un depósito para la mayor parte de la provincia. Las casa extranjeras del comercio casi no existen, pero sí una buena cantidad de ricos comerciantes criollos que consiguen sus artículos en Cartagena o Sata Marta, o viajan a Jamaica para adquirirlos.
Un viaje de estos es posible realizarlo en menos de cuatro meses; equivale a lo que para nosotros supone desplazarse a América. Por ello el comerciante se da ínfulas de “haber estado en Jamaica”, con una ostentación superior a la de algún comerciante nuestro que pueda jactarse de haber viajado a Londres tomando la ruta de Hamburgo. Sin embargo, los productos se encarecen demasiado debido al transporte. No obstante, hace su aparición una cantidad inesperada de artículos europeos. Es así como las bodegas comerciales de la plaza mayor, si bien no tan ricas y surtidas como las de Kingston, se ven llenas y coloridas, lo que explica el lujo que muestran las clases pudientes de la ciudad” 

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