EL EMBLEMATICO CAMINO DE JUNTAS.
La historia de Antioquia es tan extensa y paradójica como sus caminos. El paso de cada
uno de sus protagonistas le hicieron profundas sajaduras a la montaña,
cicatrices notorias que se transformaron en arteria por donde surcó la vitalidad
del progreso. Rutas tan milenarias que
son imposibles de clarificar sus fechas de nacimiento, lo que si es cierto, es
que son tan antiguos como antiguos son los amerindios. Definidos por ellos como
caminos de la sal, poseedores de la sabiduría ancestral de recortar distancias
surcando las cimas de las montañas, hasta llegar al mundo de las nubes y de los
vientos vivificantes. Fueron estas rutas tomadas para la intromisión de los
colonos, cuando los nativos se fusionaron con los foráneos para crear una nueva
y poderosa raza.
La maraña de caminos, fueron auscultados por ejércitos,
comerciantes y colonos. Cargueros, arrieros y aventureros. Cada uno de sus
pasos dejaron huellas eternas que se profundizaron en sus obesidades
transformado el paisaje, irrumpiendo su paz, escribiendo la historia. Y hoy, la
añoranza de aquellas hazañas vividas por los héroes fabulosos, nos lleva a la admiración
por sus vivencias, en una época tan maravillosa que hizo grande a la Provincia
de Antioquia.
Es el camino de Juntas es el más significativo. Recorrerlo
es vivir una experiencia fascinante que permite visualizar la historia de
Antioquia, una ruta que lo atraviesa desde el oriente partiendo del Magdalena.
A mediados del siglo XVI, en un sitio que se le conocía como Palagua, se fundó un caserío ocupado por españoles
dedicados a la explotación del oro. A
inicios del siglo XVII, el Magdalena reclamó sus territorios y tras una
inundación hizo que sus habitantes ocuparan un caserío indígena conocido con
Nare. Donde desemboca el río del mismo nombre, La ruta entraba a Antioquia por
el valle del río Nus hasta Yolombó, allí se habría en dos, un brazo conducía
hasta Santa Fe de Antioquia y otro al Nordeste, llegando a las minas de
Zaragoza y Remedios.
Durante la colonia, los españoles construyeron nuevas bodegas
a orillas de los ríos Cauca y Magdalena eran el punto de partida de tortuosos
caminos. Según Mon y Velarde:
“Las bodegas del Nare,
usurpadas muchos años por la intriga y negociación en prejuicio del Rey y del
Público, han sido por desgracia uno de los mayores padrastros que ha tenido la
infeliz provincia de Antioquia.”
En 1977 se adecuó una nueva vía directa, corta, sana y con
pastizales para las mulas, que llegaba a Rionegro. Partían desde el Nare y se
enfrentaban a las montaña dejando atrás el fuerte clima, las inclemencias y los
mosquitos del río Magdalena. Antes de enfrentarse a las tórridas corrientes del
Río Verde, en un sitio llamado Remolino, los viajeros preparaban sus nervios y fuerzas para emprender la
aventura. de allí partió otro camino que llegaba también a Medellín pero que
siempre se encontraba en muy mal estado.
Durante cinco leguas se llegaba a las bodegas Juntas del
Nare, justo en la desembocadura del Río Samaná. Las bodegas fueron frecuentemente
el más importante depósito de mercancías, destinadas al interior de Antioquia y
el Camino de Juntas el principal enlace de la provincia con el exterior.
Carl August Gosselman, sueco caminante, en 1826 lo describió
con estas palabras:
“Así fue como logramos divisar la bodega de
Juntas, que cual nido de águilas estaba en la cima de un cerro, rodeada de
árboles, en el punto donde se unen el Río Verde y el Nare. Es decir, que
logramos la meta tan dificultosa y temida.
El lugar era el sitio obligado de parada y
descanso de las tripulaciones y de todas las embarcaciones, champanes, canoas,
bongos, etc., y el punto cúspide de timoneles y bogadores, ya que aquí termina
en definitiva la molestia del calor sofocante, la humedad y los mosquitos, en una
palabra, el suplicio del Magdalena.”
Los tortuosos caminos recibían a los caminantes quienes se
fundían en el barro lastre, y la selva maravillosa los recibían con su abrazo
verde y perfumado. El camino encumbrado les ofrecía raíces y ramas como apoyo.
Un camino tan difícil, no propio para las mulas. Así que el transporte de
mercancías y de hombres era realizado por fabulosos individuos sobre sus
espaldas. Humboldt describió en detalle
el oficio de carguero o silletero cuando pasó por el Quindío en 1801.
“Siendo pocas las
personas acomodadas que tienen hábito de andar a pié en estos climas y por
caminos tan difíciles durante diez y nueve y veinte días seguidos, se hacen
llevar en sillas que se colocan los hombres a la espalda, pues el paso del
Quindío no permite caminar montados en mulas. Se oye decir en este país “Andar
en carguero” como quien dice ir a caballo, debiendo notarse que los que a él se
dedican no son indios, sino mestizos y a veces blancos…
Y continúa:
No es el paso del Quindío el único punto
donde de este modo se viaja; en la provincia de Antioquia rodeada de terribles
montañas no hay otro medio de escoger sino el andar a pié, cuando la robustez
lo permite, o encomendarse a los cargueros. Tal es el camino que va de Santa Fe
de Antioquia a la boca del Nare o al río Samaná”.
En
1788 el oidor Mon y Velarde, reguló los fardos, condescendiente con los
cargueros estableció leyes y normas, a partir de entonces los cargueros tomaron
importancia y reconocimiento, fueron denominados como peones de carga. Grandes
personalidades, científicos y exploradores contrataban sus servicios. Fueron
entre muchos Humboldt y Gosselman los que les dedicaron líneas descriptivas:
retrato a lápiz y pastel de Carl August Gosselman |
“Debo
observar que uno no puede compadecerse de la persona que ha de transportar
tanto peso, pues de ser así, al propio interesado le correspondería subir los
cerros o distribuir la carga entre varios peones, lo que resultaría demasiado
costoso… Debo decir excusando la expresión, por primera vez subí a caballo en
una persona”.
Sin
embargo, el carguero fue para los viajeros algo más que una cabalgadura, fue un
indicador del camino, un acompañante, un mayordomo, un cocinero, un informante
sobre estas nuevas tierras de gente hospitalaria y honrada que se alimenta a
base de maíz.
De
seis a ocho días demoraba el trayecto de Nare a Río Negro, o Medellín. Las
ciudades deslumbraba en lujos que propiciaba el comercio. Las clases pudientes
se jactaban de sus adquisiciones y las mostraban con orgullo. Mercancías y
cachivaches pasaban por Canoas, Guatapé, El Peñol y Marinilla, y terminaban en
Rionegro y Medellín.
Al llegar a Medellín en 1826, señaló que la mayoría de sus
habitantes eran comerciantes y analizó en los siguientes términos su situación:
“El comercio de
Medellín no puede considerarse insignificante; debe ser visto como un depósito
para la mayor parte de la provincia. Las casa extranjeras del comercio casi no
existen, pero sí una buena cantidad de ricos comerciantes criollos que
consiguen sus artículos en Cartagena o Sata Marta, o viajan a Jamaica para
adquirirlos.
Un viaje de estos es
posible realizarlo en menos de cuatro meses; equivale a lo que para nosotros
supone desplazarse a América. Por ello el comerciante se da ínfulas de “haber
estado en Jamaica”, con una ostentación superior a la de algún comerciante
nuestro que pueda jactarse de haber viajado a Londres tomando la ruta de
Hamburgo. Sin embargo, los productos se encarecen demasiado debido al
transporte. No obstante, hace su aparición una cantidad inesperada de artículos
europeos. Es así como las bodegas comerciales de la plaza mayor, si bien no tan
ricas y surtidas como las de Kingston, se ven llenas y coloridas, lo que
explica el lujo que muestran las clases pudientes de la ciudad”
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