lunes, 30 de septiembre de 2013


 “Con frecuencia, algunos buscan la felicidad
como se buscan las gafas cuando se tienen sobre la nariz” Gustavo Dorz
La alegría, un sentimiento vital

la felicidad sólo se alcanza gracias a la autorrealización personal, es decir, la consecución de la metas propias de cada ser humano según la virtud más excelente y a través de una actividad continua.

Algunos inconvenientes con mis amigos, los que consideraba los más entrañables compañeros de trabajo, hicieron que me sumiera en una profunda tristeza. Ellos, por motivos que nunca entenderé influyeron que mi estado de ánimo decayera hasta la proscripción de mis sentimientos, ¿porqué si todo marchaba de maravilla, todo el castillo se desmoronó casi hasta los cimientos? Esto me llevó a que me interesara por la investigación de los conceptos básicos sobre la felicidad, por la esquiva y difícil felicidad. Leí documentos filosóficos sobre el tema, incluí el argumento entre las tertulias con las amistades, busqué en las bibliotecas, en la misma red y la conclusión es la misma en todos los escritos… La felicidad esta frente a ti, si la buscas es esquiva pero si te relajas llegará como la soslaya mariposa que has perseguido con asiduidad durante todo el día y cuando todo parecía un imposible, ella, con la afección que la caracteriza se posa en tu hombro.

Después investigar también descubro que la infelicidad es superable, mis disgustos con los compañeros de trabajo son insuficientes causales de infelicidad, ínfimos motivos que no tienen fortaleza suficiente para minorar mi estado de ánimo, y aunque los más acreditados índices de infortunio afectan a la humanidad, como las guerras, secuestros, matanzas, el odio entre hermanos, totalitarismo policial, la injusta justicia, la mentira monstruosa, el falsario político, el robo, el asalto, la agresión sin motivo. Se convierte en hechos relevantes, historia cotidiana que se opaca ante la presencia avasalladora de la felicidad.

Si dejamos abiertos de par en par los sentidos y nuestro cuerpo y nuestro espíritu, en perfecta sintonía, se dejan invadir por la Naturaleza y por la vida que late en los demás seres, como por arte de magia nos sentiremos inundados de la paz, la fuerza, el orden y la belleza de esa maravillosa sinfonía de la creación en todo su esplendor. Y es que la vida en sí misma es un generador constante de alegría.
Estar abiertos a la Naturaleza proyectándonos sobre ella con amor y con ternura, aspirando la fuerza del agua de los torrentes, el canto de los pájaros, el verde amplio de las praderas, la fresca sonrisa de un niño, o el rostro añoso de un anciano, es la forma más sencilla y natural de enriquecernos con la alegría más sana y auténtica, la que rezuma a raudales la vida que nos rodea, porque la alegría es un sentimiento vital y dondequiera que aliente un soplo de vida, allí se encontrará la alegría.

El niño, desde su más tierna infancia, de ser educado para la alegría poniéndole en contacto directo con el equilibrio, el orden, la fuerza y la belleza de los seres que le rodean, ha de percibirlos, sentirlos y amarlos para inspirarse y amarse a sí mismo como parte integrante de la maravilla del universo.

LA ALEGRIA SE APRENDE. Sí, se aprende a ser alegre y el aprendizaje de la alegría debería ser tarea primordial en el hogar y en la escuela. Ser adultos alegres, cambiar nuestras actitudes deprimentes, negativas y derrotistas por otras entusiastas, positivas y esperanzadoras, sería el término de una educación para los valores humanos. La alegría de vivir, la alegría de compartir con otros la propia existencia ha de ser potenciada, incrementada y enriquecida con la ejemplaridad del educador. Esta constituye uno de los elementos esenciales de su personalidad educativa: la encarnación de los valores que, con su ejemplo, presenta al educando de manera experiencial y viva. El valor de los valores o el denominador común de todos ellos es, sin duda, la alegría.

Al erigirnos los adultos en mediadores entre el educando y el mundo de los valores, su asimilación quedará tanto más garantizada cuanto más los presentemos encarnados en nuestro ser y en nuestra conducta, marcados siempre con el signo inconfundible de la alegría.

LA ALEGRIA SE DESCUBRE. El niño descubre la alegría al sentir su propia vitalidad y su propio cuerpo en perfecto funcionamiento. Los sentidos que le abren a la vida, te enseñan a descubrir las primeras alegrías, marcadamente instintivas. De forma gozosa, la piel se alegra en los besos y las caricias de la madre; los ojos disfrutan y se alegran con la variedad y matices de formas y colores; la boca se alegra con el placer que le produce la succión del pecho materno y el oído se complace alegremente con los sonidos armoniosos.

Paulatinamente el ser humano va evolucionando hacia una alegría menos sensitiva y corporal y más interior, profunda y espiritual en la medida en que accede a la completa madurez mental y psíquica. La paz interior, la armonía y entendimiento con nosotros mismos y la aceptación de la realidad que nos ha tocado vivir, preparan el camino hacia esa alegría sublime que pone en paz al hombre consigo mismo y con los demás, y que sólo es posible encontrarla, engarzada y asociada a los más nobles sentimientos que anidan en el corazón humano.

PARA CONVERTIR LA ALEGRIA EN HABITO. Ignora la infelicidad, tenemos muchas más razones para ser felices. Tenemos vida, intelecto, inteligencia, voluntad y futuro. Ingredientes básicos para lograr ser felices. Acata las siguientes sugerencias para hacer de a felicidad un ingrediente cotidiano en nuestras vidas.

·       Elevar el nivel de autoestima del individuo, haciendo que se sienta importante Y necesario en la familia, en la escuela, en el grupo de trabajo y, en definitiva, que sea apreciado y tenido en cuenta por los demás.
·       Llevar una vida ordenad' y sencilla, disfrutando de las cosas pequeñas y cotidianas que están al alcance de cualquiera: el descanso, el diálogo familiar, el contacto con la naturaleza, la diversión sana, el vivir intensamente el presente... pero moderando las exigencias y deseos ya que la búsqueda ansiosa y descontrolada de mayores satisfacciones conduce a la pérdida del propio equilibrio interno y, por tanto, de la verdadera alegría
·       Pensar siempre en positivo, no permitiendo la entrada a nuestra mente de derrotismos y actitudes deprimentes o desesperanzadoras. Que el pasado negativo o la inquietud y el desasosiego por el futuro no nos impidan vivir el presente en paz y armonía con nosotros mismos.
·       Conseguir que nuestra ocupación o trabajo sea fuente de alegría. Comprobar que el trabajo no sólo es la expresión clara de nuestra vitalidad, inteligencia y capacidad, sino que con él hacemos nuestra aportación a la sociedad, contribuyendo de forma directa al bienestar físico, intelectual, moral o espiritual de los demás.
·       Fomentar cada día, a cada instante, los sentimientos de aceptación, de conformidad y hasta de complacencia y alegría de la realidad cotidiana, sea cual fuere. Tras cada sombra siempre se oculta un destello de luz. La alegría será siempre nuestra fiel compañera cuando convirtamos en hábito el descubrir siempre el lado bueno de las cosas.
·       No te conformes con sentir la alegría dentro de ti, haz que aflore al exterior y contágiala a quienes te rodean con palabras, actitudes y gestos que les arrastren a compartir tu propia alegría.
·       Aprende a no perder ni un instante en lamentaciones y quejas inútiles sobre algo que es irremediable, como el jarrón que se ha roto, un día lluvioso, una enfermedad incurable... Acepta lo irremediable ya que, una actitud de protesta y disgusto por algo que no tiene solución, te privará de la alegría de vivir.
·       Convierte la alegría en fiel comparsa de tu vida, ya que es, sin duda, el ingrediente principal en el compuesto de la salud física, mental y psíquica. Está claro, la felicidad depende de muchos “dependes”. Está claro que depende de una actitud personal; también es claro que depende del instante, ya que es imposible que podamos ser felices de una forma constante; también depende de las motivaciones y metas que cada uno guarde en la mochila de su vida, porque no a todos nos hacen felices las mismas cosas ni los mismos momentos. Kant afirmaba que la felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación porque “(...) nadie es capaz de determinar con plena certeza, mediante un principio cualquiera, qué es lo que le haría realmente feliz, porque para eso necesitaría una sabiduría infinita.”

No podemos evitar plantearnos la felicidad como una meta a la que llegar, como un fin que conseguir y, otras veces, no podemos evitar pensar que nuestra felicidad depende de circunstancias externas a nosotros mismos y ajenas a nuestro control. Quizás no podamos evitarlo pero, esos pensamientos nos vuelven ciegos y no nos hacen percibir la auténtica realidad: que la felicidad no está al final del recorrido sino en cada pasito de la senda, y que la felicidad no está allá afuera sino latiendo en nuestro propio interior. Así, todas las afirmaciones como “Para ser feliz necesito…”, “Si tuviera tal cosa sería completamente feliz”, “Solo me falta… para ser feliz” y otras, carecen de sentido y se reducen a que para ser feliz no necesito tener, necesitar o desear algo externo a mí, simplemente he de serlo. No Hace falta nada más, el resto, lo que venga o tenga es simplemente accesorio.

Carlos Alberto Osorio Monsalve
elartedeosorio@yahoo.es

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