“Con frecuencia, algunos buscan la
felicidad
como se buscan las gafas cuando se tienen sobre la nariz” Gustavo
Dorz
La alegría, un sentimiento vital
la felicidad sólo se alcanza
gracias a la autorrealización personal, es decir, la consecución de la metas
propias de cada ser humano según la virtud más excelente y a través de una
actividad continua.
Algunos inconvenientes con mis amigos, los
que consideraba los más entrañables compañeros de trabajo, hicieron que me
sumiera en una profunda tristeza. Ellos, por motivos que nunca entenderé
influyeron que mi estado de ánimo decayera hasta la proscripción de mis
sentimientos, ¿porqué si todo marchaba de maravilla, todo el castillo se
desmoronó casi hasta los cimientos? Esto me llevó a que me interesara por la
investigación de los conceptos básicos sobre la felicidad, por la esquiva y
difícil felicidad. Leí documentos filosóficos sobre el tema, incluí el
argumento entre las tertulias con las amistades, busqué en las bibliotecas, en
la misma red y la conclusión es la misma en todos los escritos… La felicidad
esta frente a ti, si la buscas es esquiva pero si te relajas llegará como la
soslaya mariposa que has perseguido con asiduidad durante todo el día y cuando
todo parecía un imposible, ella, con la afección que la caracteriza se posa en
tu hombro.
Después investigar también descubro que la
infelicidad es superable, mis disgustos con los compañeros de trabajo son
insuficientes causales de infelicidad, ínfimos motivos que no tienen fortaleza
suficiente para minorar mi estado de ánimo, y aunque los más acreditados
índices de infortunio afectan a la humanidad, como las guerras, secuestros,
matanzas, el odio entre hermanos, totalitarismo policial, la injusta justicia,
la mentira monstruosa, el falsario político, el robo, el asalto, la agresión
sin motivo. Se convierte en hechos relevantes, historia cotidiana que se opaca
ante la presencia avasalladora de la felicidad.
Si dejamos abiertos de par en par los
sentidos y nuestro cuerpo y nuestro espíritu, en perfecta sintonía, se dejan
invadir por la Naturaleza y por la vida que late en los demás seres, como por
arte de magia nos sentiremos inundados de la paz, la fuerza, el orden y la
belleza de esa maravillosa sinfonía de la creación en todo su esplendor. Y es
que la vida en sí misma es un generador constante de alegría.
Estar
abiertos a la Naturaleza proyectándonos sobre ella con amor y con ternura,
aspirando la fuerza del agua de los torrentes, el canto de los pájaros, el
verde amplio de las praderas, la fresca sonrisa de un niño, o el rostro añoso
de un anciano, es la forma más sencilla y natural de enriquecernos con la
alegría más sana y auténtica, la que rezuma a raudales la vida que nos rodea,
porque la alegría es un sentimiento vital y dondequiera que aliente un soplo
de vida, allí se encontrará la alegría.
El
niño, desde su más tierna infancia, de ser educado para la alegría poniéndole
en contacto directo con el equilibrio, el orden, la fuerza y la belleza de los
seres que le rodean, ha de percibirlos, sentirlos y amarlos para inspirarse y
amarse a sí mismo como parte integrante de la maravilla del universo.
LA
ALEGRIA SE APRENDE. Sí,
se aprende a ser alegre y el aprendizaje de la alegría debería ser tarea
primordial en el hogar y en la escuela. Ser adultos alegres, cambiar nuestras
actitudes deprimentes, negativas y derrotistas por otras entusiastas, positivas
y esperanzadoras, sería el término de una educación para los valores humanos. La
alegría de vivir, la alegría de compartir con otros la propia existencia ha de
ser potenciada, incrementada y enriquecida con la ejemplaridad del educador.
Esta constituye uno de los elementos esenciales de su personalidad educativa:
la encarnación de los valores que, con su ejemplo, presenta al educando de
manera experiencial y viva. El valor
de los valores o el
denominador común de todos ellos es, sin duda, la alegría.
Al
erigirnos los adultos en mediadores entre el educando y el mundo de los
valores, su asimilación quedará tanto más garantizada cuanto más los presentemos
encarnados en nuestro ser y en nuestra conducta, marcados siempre con el signo
inconfundible de la alegría.
LA
ALEGRIA SE DESCUBRE. El
niño descubre la alegría al sentir su propia vitalidad y su propio cuerpo en
perfecto funcionamiento. Los sentidos que le abren a la vida, te enseñan a
descubrir las primeras alegrías, marcadamente instintivas. De forma gozosa, la
piel se alegra en los besos y las caricias de la madre; los ojos disfrutan y se
alegran con la variedad y matices de formas y colores; la boca se alegra con el
placer que le produce la succión del pecho materno y el oído se complace
alegremente con los sonidos armoniosos.
Paulatinamente
el ser humano va evolucionando hacia una alegría menos sensitiva y corporal y
más interior, profunda y espiritual en la medida en que accede a la completa
madurez mental y psíquica. La paz interior, la armonía y entendimiento con
nosotros mismos y la aceptación de la realidad que nos ha tocado vivir,
preparan el camino hacia esa alegría sublime que pone en paz al hombre consigo
mismo y con los demás, y que sólo es posible encontrarla, engarzada y asociada
a los más nobles sentimientos que anidan en el corazón humano.
PARA
CONVERTIR LA ALEGRIA EN HABITO. Ignora la infelicidad, tenemos muchas más razones
para ser felices. Tenemos vida, intelecto, inteligencia, voluntad y futuro.
Ingredientes básicos para lograr ser felices. Acata las siguientes sugerencias
para hacer de a felicidad un ingrediente cotidiano en nuestras vidas.
· Elevar el nivel de autoestima del individuo, haciendo que se sienta importante Y necesario
en la familia, en la escuela, en el grupo de trabajo y, en definitiva, que sea
apreciado y tenido en cuenta por los demás.
· Llevar una vida ordenad' y sencilla, disfrutando de las cosas
pequeñas y cotidianas que están al alcance de cualquiera: el descanso, el
diálogo familiar, el contacto con la naturaleza, la diversión sana, el vivir
intensamente el presente... pero moderando las exigencias y deseos ya que la
búsqueda ansiosa y descontrolada de mayores satisfacciones conduce a la pérdida
del propio equilibrio interno y, por tanto, de la verdadera alegría
· Pensar siempre en positivo, no permitiendo la entrada a nuestra mente de
derrotismos y actitudes deprimentes o desesperanzadoras. Que el pasado negativo
o la inquietud y el desasosiego por el futuro no nos impidan vivir el presente
en paz y armonía con nosotros mismos.
· Conseguir que nuestra ocupación o trabajo sea
fuente de alegría. Comprobar
que el trabajo no sólo es la expresión clara de nuestra vitalidad, inteligencia
y capacidad, sino que con él hacemos nuestra aportación a la sociedad,
contribuyendo de forma directa al bienestar físico, intelectual, moral o
espiritual de los demás.
· Fomentar cada día, a cada instante, los
sentimientos de aceptación, de conformidad y hasta de complacencia y alegría de la
realidad cotidiana, sea cual fuere. Tras cada sombra siempre se oculta un
destello de luz. La alegría será siempre nuestra fiel compañera cuando
convirtamos en hábito el descubrir siempre el lado bueno de las cosas.
· No te conformes con sentir la alegría dentro
de ti, haz que
aflore al exterior y contágiala a quienes te rodean con palabras, actitudes y
gestos que les arrastren a compartir tu propia alegría.
· Aprende a no perder ni un instante en
lamentaciones y quejas inútiles sobre algo que es irremediable, como el jarrón que se ha roto, un día
lluvioso, una enfermedad incurable... Acepta lo irremediable ya que, una
actitud de protesta y disgusto por algo que no tiene solución, te privará de la
alegría de vivir.
·
Convierte
la alegría en fiel comparsa de tu vida, ya que es, sin duda, el ingrediente principal
en el compuesto de la salud física, mental y psíquica. Está
claro, la felicidad depende de muchos “dependes”. Está claro que depende de una
actitud personal; también es claro que depende del instante, ya que es
imposible que podamos ser felices de una forma constante; también depende de
las motivaciones y metas que cada uno guarde en la mochila de su vida, porque
no a todos nos hacen felices las mismas cosas ni los mismos momentos. Kant
afirmaba que la felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación
porque “(...) nadie es capaz de determinar con plena certeza, mediante un
principio cualquiera, qué es lo que le haría realmente feliz, porque para eso
necesitaría una sabiduría infinita.”
No podemos evitar plantearnos la felicidad
como una meta a la que llegar, como un fin que conseguir y, otras veces, no
podemos evitar pensar que nuestra felicidad depende de circunstancias externas
a nosotros mismos y ajenas a nuestro control. Quizás no podamos evitarlo pero,
esos pensamientos nos vuelven ciegos y no nos hacen percibir la auténtica
realidad: que la felicidad no está al final del recorrido sino en cada pasito
de la senda, y que la felicidad no está allá afuera sino latiendo en nuestro
propio interior. Así, todas las afirmaciones como “Para ser feliz necesito…”,
“Si tuviera tal cosa sería completamente feliz”, “Solo me falta… para ser
feliz” y otras, carecen de sentido y se reducen a que para ser feliz no
necesito tener, necesitar o desear algo externo a mí, simplemente he de serlo.
No Hace falta nada más, el resto, lo que venga o tenga es simplemente
accesorio.
Carlos Alberto Osorio Monsalve
elartedeosorio@yahoo.es
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