Me invita a seguir y entro a un mundo tan sencillo como es
ella, tan agradable el entorno, con un
orden armonioso, premeditado y bello. Sirve una generosa taza de café de pepa
que se convierte en elixir aromatizante que revive los sentidos. Ella me
atiende como un antiguo amigo, actúa como si nuestros encuentros ya hubiesen
sucedido, habla con claridad y confianza propia de una madre con su tierno
hijo. Mientras habla teje, absorta en confusa urdimbre que toma forma de
sombrero, con la habilidad de la maestría, con la rapidez que desenfoca la
retina.
Su mano acaricia la fibra con la misma ternura que acaricia
a su hombre. Sin preguntarlo, hace referencia de su marido para indicar
instintivamente que ya tiene dueño. –“El es maravilloso, madruga siempre a su
cafetal florido, con el morral a cuestas lleva un almuerzo envuelto en hojas de
Biao. Y los niños son tres mis
angelitos, tres mis adoraciones. En la mañana los veo perderse en el camino,
van a la escuelita rural llenitos de alegría”.
Ella está en el marco de la puerta de su nido, sentada
cómoda en un banco de madera empobrecida, en el piso de piedra una totuma con
agua para saciar la sed de fibra. Otros manojos de iraca cuelgan como cortina.
Una gato pequeño juguetea sin preocupaciones con los hilos porque el perro
duerme el sopor del medio día.
-“Tejer es ilusión pasajera, hago dos sombreros por semana”
Dice mientras revisa que la trama ha quedado pulida. _”Tejer para prolongar la tradición de mi
familia. Tejo esperanza, ilusión y sosiego, con el ideal que mi sombrero un
día, lo luzca un hidalgo caballero”
No hay comentarios:
Publicar un comentario